El consumo de bebidas alcohólicas tanto en jóvenes como en adultos, preocupa a Europa. El uso habitual de bebidas con contenido alcohólico en momentos de tristeza, soledad o exaltación puede ser el principio de una dependencia seria y deteriorante. Cerebro e hígado, corazón o metabolismos celulares diversos… todos padecerán un trabajo extra con una probabilidad cada vez mayor de lesión. Y es que cualquier bebida con contenido alcohólico debe pasar por la aduana del hígado. Y la célula hepática no se ha creado para destilar alcohol. Lo malo es que se «engancha» a su uso.
El alcohol etílico o etanol, es una sustancia tóxica innecesaria para la nutrición, presente en la cerveza, en el vino o en el trago largo a diferentes proporciones. Se absorbe en la mucosa bucal, estómago o intestino. Parte de ese etanol pasa directamente a sangre pero su mayoría se transforma en el hígado, el cual debe realizar en caso de ingesta inadecuada, un trabajo extra para transformar alcohol en acetaldehido, producto intermedio de su camino hacia acetato, capaz de:
- Aumentar las grasa en sangre y en hígado (hígado graso).
- Aumentar el ácido láctico y gastos metabólicos extras.
- Disminuir la eliminación del ácido úrico.
- Disminuir tensión de oxígeno en las funciones fisiológicas.
- Deterioro o mal uso de muchas vitaminas o minerales.
Las bebidas alcohólicas se han desarrollado dentro de las culturas… pero no tienen nada que ver con un hecho culto. La industria vitivinícola realiza un verdadero arte de crianza, de control, envasado y presentación. Su uso razonado es permisible, pero no lo promocionemos como casi medicamento de botica, como puntal de la alegría o como «salud embotellada». No podemos ignorar los problemas que acarrea su abuso creciente.
La educación de nuestros hijos depende en parte de ayudas o reglas socio-políticas coherentes pero, eso sí, dentro de un «reglamento familiar» afectuoso, relajado y correcto… por ambas partes. Y persistir con cariño, pero con firmeza, en enseñarles lo que es responsabilidad.